lunes, marzo 08, 2010

L A NOVIA BLANCA DE UN SUEÑO MUERTO

Una frase se oyó de la boca fría de una indolente mujer que se encontraba entre la muchedumbre que rodeaba la cerca de la casa y después una y otra frase repitiendo la misma oración "Esta muerta, está muerta", confundido corrí hacia la casa de ella, se mezclaron mis oraciones entre maldiciones y temores, rogando al cielo que no fuera ella , pero en cada paso que daba el corazón se me comprimía, aun así no perdía las esperanzas rogando a Dios que no fuera ella; no escuchaba su nombre, solo eran gritos desesperados de la familia que aterrorizada lloraba a alguien que había fallecido, en realidad no sabía nada, solo escuchaba lamentos, hacia todas las preguntas como ¿qué paso? pero nadie me miraba y mucho menos me daban una respuesta sensata, su cuarto quedaba en el segundo piso al final del corredor, estaba lleno de curiosos que me fue muy difícil de llegar allí, en realidad no hice el menor intento por llegar allí, donde yacía un cuerpo que no lograba imaginar.



Me senté en la sala de la casa a esperar alguna vaga noticia, observando a tanto curioso que entraba y salía, se oían gritos desesperados, renegaban de Dios buscando a un culpable, las maldiciones eran como oraciones que cada vez iban tomando forma de religión, de pronto empecé a sonreír , creo que si alguien lo hubiera notado, habría visto la cara de un psicópata que disfrutaba con el dolor ajeno; la sala fue desalojada por mi imaginación que en un segundo volvió al pasado, convirtiendo aquella sala en una extensa carcajada, se hicieron tiernas, bellas, las miradas coloreadas de la hermosura de sus ojos, que mi carcajada se convirtió en una sonrisa estúpida y callada, sonrisa que bordeaba sus carnosos labios y besaba la piel de sus hombros, claro, sin que ella lo supiera.



Sus juegos infantiles eran de todos los días parte de mi vida, en la calle o en su casa, en la mía o en cualquier parte, pero siempre riendo de la gente, ¡que como caminaba Luis el profesor de la esquina, como un pato mojado, pero lo que más me fascinaba era como lo imitaba, ver sus pies doblándose y juntar los brazos era como si ofreciera un concierto de carcajadas para el único espectador que aplaudía con gran emoción y pidiendo que vuelva a repetir el acto una y otra vez, que de tanto reír, conseguía hacerme llorar, y ahora que ha muerto ni una lagrima tengo para ella.



Pensar en ella era como cobijar el pensamiento en él dialogo virtual de cada sueño, pensar en ella es enredarse en la verdad mentirosa, esculpida de bellos recuerdos para mirarla de frente y saber que no está muerta. Alguien dejo caer el velo negro que estaba en el sillón y el cual según recuerdo se lo obsequie un viernes por la tarde cuando nos encontrábamos por el centro de la ciudad, la idea me la dio ella, al ver la marcha fúnebre camino al cementerio de un hombre, que cual viuda lloraba imitando a una loba maullando decía ella y un gran velo negro que envolvía desde su cabeza hasta la cintura y todo su rostro que era imposible divisar , no eran sus gritos los que nos llamo la atención, aunque fue fundamental para saber que se trataba de un mujer joven.



De pronto dejo surgir la idea un tanto loca de su voz, se detuvo a decirme que el día que se quede viuda, un gran velo negro cubrirá desde su cabeza hasta sus pies, <> otra carcajada embriagando mi siempre alegría y mi frase no tan poética para ese día ¡Lo dices como si estuvieras casada, estás loca…….! entonces supe que se molesto, cuando se marcho muy rápido sin decirme el porqué, había cometido una estupidez , no le creí, corrí atrás de ella sin perder el tiempo, la jale del brazo derecho, la lleve a la tienda que estaba frente a nosotros, le compre un gran velo negro, haciéndola prometer que el día que quedase viuda usara el velo negro que le obsequie, su silencio me decía que era verdad, pues de un simple encuentro tenebroso, se tornó en el sentir bello y sublime del momento, me rebelo la fidelidad de su amor, me abrazo entregándome la figura matizada de su cuerpo por dos minutos, en el silencio embestido por una frase que escapo de mi lengua que no cayo, le dije te amo muy cerca en el oído, no sé si me escucharía o no sé si realmente lo dije, pero que no hubiera dado porque me respondiera, tenía miedo decirle que me había enamorado de ella desde hacía mucho tiempo, que su nombre late en cada espacio de mi corazón, que cada noche le escribo una carta que nunca entrego, muchas palabras tendría para entonces si mi cobardía no se apoderara de mi.


El velo blanco cubriendo mis manos, dejando libre la yema de mis dedos que acariciaban el sillón blanco que en mi engaño impacientemente esperaba que bajara las escaleras, con su radiante sonrisa conquistadora, cabellos claros y su carcajada presumiendo ser buena actriz con su papel de princesa muerta y, allí bajaba envuelta en una sábana blanca por dos policías que tenían las caras pálidas y yo sentado en el sillón de la sala donde tantas veces me senté con ella, sonriendo con su actuación comencé a gritar sin que nadie me oyera.


Cruzo la puerta sin que nada le dijese y al cruzarla una brisa soplo mis cabellos, entonces supe que estaba allí tratando de jugar conmigo, que no se había ido, lo más curioso es que no derrame lagrima alguna aunque la desesperación por llorar era grande, como un cataclismo de trastornos en mis ojos y en mi pecho, el aroma suave del aquel perfume que siempre usaba estaba en todas las cosas que me rodeaban, desmintiéndome toda verdad ufana. No derrame lagrima alguna quizás tratando de cumplir aquella promesa estúpida que una vez me hizo hacer entre risotadas, que no llorase por ella si se iba antes que yo, te lo prometo le dije entre una risa seria, por nuestra amistad sincera, sin presagiar lo que iba a suceder y había sucedido.



Esa noche salí de su casa ya muy tarde, tenía los pasos perdidos, pensamiento volátil, caminando las calles de siempre, tan lento, esperando que apareciera por atrás tratando de asustarme y, pensar que fue ayer la última vez que lo hizo, entonces un concierto de maullidos, entonada por esos perros callejeros que ella alimentaba, me hacían saber de su tristeza, ella se había convertido en la histeria dulce de mi corazón perplejo que lloraba en seco, pues la resignación no encontraba. Esa noche fue el inicio de las tantas noches largas de mi vida, no pude conciliar el sueño, prevalecía en mí el deseo de un nuevo amanecer sin el infierno humano de su partida al mundo del que tantas veces departía.



Llegue a mi habitación, encontrando en la mesita de noche, su fotografía, aquella que había extraviado ya hacía tiempo en el desorden de mi habitación, volvió de nuevo a la escena de mi vida una noche navideña donde descubrí aun mas su belleza, blanca belleza, donde toda ella era un confín de sueños matizados entre la noche y la luna.


Puse en mi pecho su fotografía recostado en mi cama me quede dormido, desperté casi amaneciendo buscando el singular milagro o pensando que mi pobre corazón aletargado por el amor había tenido otro más de sus convulsiones sin sentido, sin más perder el tiempo, me levante buscando mis zapatos y las rosas que no le obsequie esa noche pero que aun estaban frescas, sentí la necesidad de ir a su casa, contarle todo este sueño malévolo que estaba fuera de toda realidad, abrazarla, no sin antes ofrecerle ese ramo de rosas y reír hasta ya no poder,
Cómo habría de suponer llegue a su casa sin que yo lo creyera ¡y vi. la muchedumbre pero ya más moderada murmurando Irreverentemente la muerte de una mujer, no pude soportarlo más, aun cuando permanecí en silencio caí en un torrente de lagrimas acongojado, olvidándome de una promesa, renegando de Dios y de todos los santos que tanto respetaba, mi mirada tenue de caballero fiel a la eterna amistad solo se limitaba a observar el adorno fúnebre que al cuerpo esperaba, las rosas que llevaba las tire frente a la puerta, marchándome del lugar, buscando respuestas, respuestas que muy difícilmente iba encontrar ya que nada me preguntaba.



Me senté en el parque más cercano de su casa, encendí el clásico cigarrillo de bolsillo. Para pensar en nuestras vidas cargadas de sueños, para pensar que la realidad está más allá de lo que querremos que sea y se vuelve realidad lo que jamás tuvimos en mente que sea real, porque jamás lo imaginamos, pero es más real de lo que querremos que sea.

Las horas pasaban y se hacía más real lo que no quería que fuera real, entonces la realidad vino a mí, en una frase más negra que la misma muerte, pero más sincera que la realidad. Jean, el amigo casi inseparable de toda mi infancia y primo de ella, iba camino al velorio, me tomo de los hombros con un abrazo, roto el silencio en su voz ignorada, con un “mi más sentido pésame” hasta que la llamo por su nombre para hacerme recordar el día que la conocí, mis ojos brillaron de alegría, ganándose toda mi atención y oír toda la historia que conocía, pero quería de su boca escuchar.



<< ¿Recuerdas ese día? Pregunto, recuerdas aquella mañana cuando nos escapamos del colegio saltando la pared de atrás, aquel día se atrapo tu pantalón con el fierro que sobresalía de la columna, fue la entrepierna, cuando bajaste de la pared, te cubriste con la mochila para caminar por la calle inadvertido, y antes que llegáramos a la esquina apareció como por arte de magia mi prima, por la que decías dar la vida, quisiste regresar pero fue demasiado tarde, ella se acerco para saludarme e irremediablemente te la tuve que presentar , te saludo con un beso para después preguntarte porque es que caminabas un poco chistoso, por primera vez vi, lo estúpido que puedes ser cuando no tenías nada que decir a una mujer, porque a todas le decías de todo, pero a ella nada, amenos en esas circunstancias, te quedaste mudo, tanto que tuve que responder por ti, diciéndole. ¡lo que pasa es que esta escaldado y por esa razón es que camina así, para entonces de tu boca no salía ni una mosca que pudiera zumbar por ti; ella se ofreció a obsequiarte una crema que tenía en su casa para tu escaldadura, y te pidió que pasaras por la crema aquella misma tarde, permaneciste con la cara de estúpido por mucho rato, aun cuando ella ya estaba a muchas cuadras de nosotros, todo el camino a casa, no dijiste nada, ya ha pasado mucho tiempo desde aquel día. De pronto cayó en el silencio de una sonrisa desabrida, para llorar conmigo, buscando consuelo en cualquier recuerdo hermoso; el cigarrillo nos ayudaba a viajar por aquellos gráciles espacios de tiempos titulados por su incandescente sonrisa, pero aquellos gráciles espacios se perdieron entre el humo de los cigarrillos y no veíamos ni escuchábamos mas allá, que las campanas de la iglesia marcando las doce del medio día y gente vestida de negro que iba camino hacia la realidad. Entonces todo el dialogo de cigarrillos fue interrumpido con esa voz que de pronto le temí. <<>>, nooooooooo!, dije, nervioso y alterado, aferrándome al recuerdo vivo de su rostro que sonreía frente a mí , porque es así como la recordaba, me rehusé a no verla y seguí fumando muchos cigarrillos de mi negra cajetilla; Jean se marcho mirándome a los ojos, lamentando que no tuviese la valentía de mirarla por última vez; como mirarla si al hacerlo mi corazón estallaría de dolor e intentaría liberarla de ese frívolo ataúd, jurándole al mundo y al cielo que ella está viva, que solo actuaba el papel de princesa muerta, como mirarla si en mi intento por despertarla no despierta, entonces moriría mi fe y sabría que en verdad está muerta. Me quede allí, sentado, repitiendo una y otra vez como un trastornado la misma frase............<>



Y el tiempo que no perdona me encontró junto a la noche deambulando sin rumbo por aquellas calles, entonces de tanto creer en esa realidad inexistente mirando el cielo rompí el silencio gritando con la misma carcajada que ella me causaba <>


Sentado en las escaleras pase la mañana, pensando otra vez en Dios y en su indiferencia hacia nosotros los humanos que de verdad amamos, estaba resentida con él, pero mejor calle.


Ya llegaba la hora en que la maldita soledad silenciosa se convirtiera en esas plañideras exclamaciones de dolor que atraviesan los corazones más ásperos e insensibles al dolor.
Ya llegaba la hora en que debía aceptar la realidad, corte unas rosas del jardín para el funeral que deseaba que fuera mío, aunque muerto ya estaba con la única diferencia que yo aun respiraba; envolví el ramillete con una cinta celeste que descolgué de un adorno de mi madre, subí a mi cuarto para ponerme la vestimenta negra.


Timbro el teléfono, era Jean para avisarme que ya empezaba la marcha fúnebre en esa última tarde de abril, salí de casa lo más rápido, dejando descolgado el teléfono, llegue allí un tanto agitado por la acelerada corrida, había mucha gente, la madre lloraba, el padre la consolaba, mientras el ataúd en hombros de cuatro parientes era puesto sobre la negra carroza que estaba llena de muchas rosas.

Entonces un infierno ante mis ojos se revelaba, eran inútil mi fuerza al tratar de resistir, mis ojos se colmaron de lagrimas, la desesperación de correr, morir, pero no de vivir estaba allí, temblaba, entonces me alguien me abrazo, era Jean, sí que lo necesitaba, la marcha fúnebre hacia el cementerio se dio inicio, el silencio del luto solo se interrumpía por los llantos que doblaban el mecer del viento abriendo paso a la ultima caminata de esta princesa que a muchos les robo la alegría de vivir, pero que a mí me ha robado la vida, a mitad de camino hubo un cambio para cargar el cajón, me ofrecí como voluntario, adelante señor, adelante señor quiero ir, dije! Quería mostrarle el camino; cada paso que daba era el agitar de mi corazón que no tenía prisa por llegar; cada paso que daba se hacía más pesado el dolor, pero yo aun allí quería seguir, mi hombro estaba adolorido, pero no me importaba, ya en la puerta del cementerio una lluvia de rosas cayó sobre el ataúd y sobre mi cabeza, era la realidad más real, el ocaso de una tarde de abril, todo mundo comenzó a empujarse tratando de avanzar lo más rápido y ganar lugar, por ver ese momento en el que el ataúd sea elevado al altar, yo resistía el dolor de mi hombro, pero no fue suficiente, me rotaron a empujones argumentando que estaba cansado y que podría hacer resbalar el cajón, me sacaron del lugar de donde estaba, decidí quedarme atrás.



Este final fue más perverso y más infernal que cualquier otro, la maldita nostalgia inspirada por la desesperación rompieron mi silencio y un torrente de lágrimas acariciaba mi rostro, me senté al pie de otra tumba, quería también ser enterrado, tome puñados de tierra las arrojaba sobre mi cabeza y mas enfermo que angustiado estaba al imaginar esta inútil realidad, imaginar lo real de mañana, lo real del después, una vida sin ella.


Una colorida lluvia de rosas rodeaban el altar simbolizando la más negra primavera, ya el lugar completamente desolado a excepción del guardián que antes de marcharse dijo ¡Es un día triste para enterrar a una niña muy linda y de sonrisa muy alegre; lo quede mirando y nuevamente dijo, ¡ lo sé por el retrato que aquí tengo y que lo colocare en la tumba! Le pedí que me lo entregara para que yo lo situara y sin poner excusas me lo dio, su nombre inscrito en el cemento aun estaba fresco, saque de mi bolsillo los dos últimos cigarrillos, los encendí, coloque su retrato al pie de su tumba y el cigarrillo encendido, me senté en el piso para luego descargar esta nostalgia de trilogía meditando sobre este cruel desenlace fumando lentamente.


No le hice preguntas, ni sentí llorar mas, solo quería hacerle compañía en los primeros momentos de su estadía eterna, confiaba que estaría mejor en ese paraíso de encuentros celestiales donde las princesas como ella se vuelven Ángeles y todos los sufrimientos son compensados con la paz eterna; la tarde de un cementerio brillante por el fuerte sol de verano se iba alejando, convirtiéndose en esa pesadilla de sombras al otro lado del sueño, ya habían pasado más de tres horas para cuando decidí regresar a casa sin querer despedirme de ella mi princesa, el cementerio ya había sido cerrado, era la única alma viva aparte del guardián que se movía entre las desoladas tumbas buscando la salida, no tenía miedo, tal vez fue porque me sentí una alma mas de las tantas que deambulan entre la oscuridad, pero finalmente encontré la salida, salte la reja de acero para marchar a casa, regrese por el mismo camino de la marcha fúnebre, tan triste y meditabundo, abrazando los mejores momentos de mi vida.

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