Mi infancia en la época de primaria, diría yo que fue una época muy feliz, claro esta que siempre hay pequeños detalles de los cuales uno los recuerda con un cierto recelo y tristeza, más diría un poco de odio. Había terminado mi tercer año de educación de primaria en un colegio estatal muy cerca de donde vivía, mi madre era y es una ama de casa que cuando se trata de los Estudios exige mucho más, y es allí de donde vienen esos complejos de temor que en unas líneas más adelante relatare.
Bien, como decía, había culminado mi tercer año de Primaria, pero con un detalle tan irrelevante a esa edad, pero no para mi madre, ese detalle eran las notas de mi promedio final, tan desfavorables que le lleno de vergüenza, a mi en cierta forma me daba igual si no fuera por la paliza que me ofrendaba después de esos bien merecidos largos feriados por mi poco empeño para con los estudios, ya me había acostumbrado, siempre era igual, una buena paliza y a los días estaba el asunto más que olvidado y como todo niño a disfrutar de las vacaciones. Pero ese año fue diferente, pues decidió inscribirme en un curso particular para reforzar mi educación, lo creí un problema, pues mis planes vacacionales estaban siendo interrumpidos por las ideas de mi madre y su nivel educativo al cual deseaba que llegara. Fue un problema el cual estaba más que seguro que le encontraría una solución o al igual que el colegio sabría manejar.Meses antes, había oído hablar entre mis compañeros de salón y otros de grado más avanzado de un Profesor que vivía en la avenida Sullana, el cual le gustaba golpear a los alumnos con una tableta de madera agujerada, hasta dejarte las manos muy rojas y luego golpearte en el culo, decían que su aspecto era fantasmal, tenia los ojos hundidos y su cuerpo a lo mucho podía sostenerse con ayuda de el viento, pero que al golpear lo hacia con mucha fuerza, esa historia la vivieron muchos de mis compañeros, y sus experiencias eran aterradoras, pero para mi suerte mi madre no tenía referencias de el.
Así llego el primer lunes de la segunda semana de mis vacaciones, sentenciado a estudiar para mejorar mis notas, mi madre me llevaría a mi primera clase de reforzamiento primario, para entonces ya había alistado mis bolinchas y el infaltable trompo para no desperdiciar mi hora de recreo, más luego oí mencionar a mi madre que dicho centro de estudios quedaba en la misma avenida de donde se rumoreaba que vivía el Profesor cañita. Un tanto que me asusto la idea de encontrarme con esa leyenda horrorosa de la cual bastante había oido hablar. Entonces con mi voz inocentona pregunte, ¡mami, como se llama el profesor que me va a enseñar! Y su respuesta fue cruel. “El profesor Cañita” el infierno había tocado mi puerta y la hora de mi muerte estaba solo a unas cuantas cuadras y minutos de donde vivía, entonces me defendí, ¡ no mamá, yo no quiero ir donde el profesor cañita, es muy malo” seguidas de muchas promesas, como “ prometo estudiar mucho más”, prometo portarme bien y todas esas promesas que uno hace de niño y que no sirven de mucho; mi madre era una especie de Juez que cuando dictaba veredicto, ya no había derecho a apelación, más yo no estaba dispuesto a sacrificar mi vida sin antes haber luchado, pero mi madre era mi madre, ni mis lagrimas, ni mis lamentos ni promesas la hicieron cambiar de parecer y con látigo en mano me llevo al sacrificio como Abraham llevo a su hijo, y así llegue a las puertas del infierno.
Con una cara de desconcierto y con las lágrimas ya secas me asomaron a la puerta, y allí estaba, el diablo era tal como lo habían descrito pero más feo, tenia entre su prisión a sus detractores, todos ellos sentados en silencio, con sus miradas caídas y sus manos pegabas a sus carpetas, era muy extraño, pues allí estaba Luis el inquieto amigo de tercero de primaria y otros más de reputación muy buena cuando se trataba de hacer travesuras, todos con un respeto por el buen comportamiento, inmóviles, nadie sonreía, eran como mascaras deformadas por ese diablo llamado “Profesor Cañita” y allí me encontraba en la puerta, sostenido por mi madre para que no huyera, entonces el diablo desvió su mirada hacia mi y fue suya mi voluntad, no podía moverme, ni mirar a nadie más, ese temor que infundía su mirada era más que suficiente, entonces saludo a mi madre y me ordeno que me sentara en una carpeta que estaba vacía y en primera fila, estaba más que seguro que era reservada para mi, me senté adoptando la posición de mis compañeros, con la cabeza cabizbaja y las manos encima de la carpeta. Mi madre se encontraba dándole instrucciones o le daba cuenta de cuantos rojos había en mi libreta de notas, hasta que se fue; mi cuerpo experimentaba cambios inusitados, como el sudar y ponerme muy frío, pero no importaba, cuando el diablo podría hacerme sentir algo más que eso. El profesor cañita tomo una mota la cual la sacudió muy fuerte al lado de la puerta de salida creando un ventarrón de polvo con la cual confundí con una nube blanca y marque la puerta entre infierno y el paraíso de la libertad, borro el pizarrón.
Así empezó mi primer día clase vacacional con el mismo diablo, sin que pudiera rezar un padre nuestro, sin preguntas a mis compañeros ni miradas que traspasaran más allá de la pizarra y mi cuaderno, aun cuando la puerta de la calle estaba abierta y el mirar a través de ello era soñar con la libertad, el mirar mas allá de lo prohibido se había convertido en una hazaña, pues su mirada era más que una advertencia para no hacerlo, por cierto que aun no había visto aquella tabla de madera agujerada la cual era signo de dolor, no deseaba conocerla particularmente pero si tenia curiosidad por saber si era tal como me la habían descrito. La primera hora paso inadvertida, ejercicios matemáticos de sumas y restas que seguía con total facilidad, y hasta había comenzado ya a sonreír, claro, que con toda la discreción posible. De pronto un fuerte golpe azuzado por mi acelerado corazón quebranto esa paz en ese salón infernal, era la tableta de madera agujerada que se presento en la forma menos deseada, esta era colisionada una y otra vez con la mesa por su mano derecha, estaba llamando la atención a alguien muy detrás de mi, pero que no me animaba a regresar a ver, y es allí donde comenzó el verdadero infierno.
Bien, como decía, había culminado mi tercer año de Primaria, pero con un detalle tan irrelevante a esa edad, pero no para mi madre, ese detalle eran las notas de mi promedio final, tan desfavorables que le lleno de vergüenza, a mi en cierta forma me daba igual si no fuera por la paliza que me ofrendaba después de esos bien merecidos largos feriados por mi poco empeño para con los estudios, ya me había acostumbrado, siempre era igual, una buena paliza y a los días estaba el asunto más que olvidado y como todo niño a disfrutar de las vacaciones. Pero ese año fue diferente, pues decidió inscribirme en un curso particular para reforzar mi educación, lo creí un problema, pues mis planes vacacionales estaban siendo interrumpidos por las ideas de mi madre y su nivel educativo al cual deseaba que llegara. Fue un problema el cual estaba más que seguro que le encontraría una solución o al igual que el colegio sabría manejar.Meses antes, había oído hablar entre mis compañeros de salón y otros de grado más avanzado de un Profesor que vivía en la avenida Sullana, el cual le gustaba golpear a los alumnos con una tableta de madera agujerada, hasta dejarte las manos muy rojas y luego golpearte en el culo, decían que su aspecto era fantasmal, tenia los ojos hundidos y su cuerpo a lo mucho podía sostenerse con ayuda de el viento, pero que al golpear lo hacia con mucha fuerza, esa historia la vivieron muchos de mis compañeros, y sus experiencias eran aterradoras, pero para mi suerte mi madre no tenía referencias de el.
Así llego el primer lunes de la segunda semana de mis vacaciones, sentenciado a estudiar para mejorar mis notas, mi madre me llevaría a mi primera clase de reforzamiento primario, para entonces ya había alistado mis bolinchas y el infaltable trompo para no desperdiciar mi hora de recreo, más luego oí mencionar a mi madre que dicho centro de estudios quedaba en la misma avenida de donde se rumoreaba que vivía el Profesor cañita. Un tanto que me asusto la idea de encontrarme con esa leyenda horrorosa de la cual bastante había oido hablar. Entonces con mi voz inocentona pregunte, ¡mami, como se llama el profesor que me va a enseñar! Y su respuesta fue cruel. “El profesor Cañita” el infierno había tocado mi puerta y la hora de mi muerte estaba solo a unas cuantas cuadras y minutos de donde vivía, entonces me defendí, ¡ no mamá, yo no quiero ir donde el profesor cañita, es muy malo” seguidas de muchas promesas, como “ prometo estudiar mucho más”, prometo portarme bien y todas esas promesas que uno hace de niño y que no sirven de mucho; mi madre era una especie de Juez que cuando dictaba veredicto, ya no había derecho a apelación, más yo no estaba dispuesto a sacrificar mi vida sin antes haber luchado, pero mi madre era mi madre, ni mis lagrimas, ni mis lamentos ni promesas la hicieron cambiar de parecer y con látigo en mano me llevo al sacrificio como Abraham llevo a su hijo, y así llegue a las puertas del infierno.
Con una cara de desconcierto y con las lágrimas ya secas me asomaron a la puerta, y allí estaba, el diablo era tal como lo habían descrito pero más feo, tenia entre su prisión a sus detractores, todos ellos sentados en silencio, con sus miradas caídas y sus manos pegabas a sus carpetas, era muy extraño, pues allí estaba Luis el inquieto amigo de tercero de primaria y otros más de reputación muy buena cuando se trataba de hacer travesuras, todos con un respeto por el buen comportamiento, inmóviles, nadie sonreía, eran como mascaras deformadas por ese diablo llamado “Profesor Cañita” y allí me encontraba en la puerta, sostenido por mi madre para que no huyera, entonces el diablo desvió su mirada hacia mi y fue suya mi voluntad, no podía moverme, ni mirar a nadie más, ese temor que infundía su mirada era más que suficiente, entonces saludo a mi madre y me ordeno que me sentara en una carpeta que estaba vacía y en primera fila, estaba más que seguro que era reservada para mi, me senté adoptando la posición de mis compañeros, con la cabeza cabizbaja y las manos encima de la carpeta. Mi madre se encontraba dándole instrucciones o le daba cuenta de cuantos rojos había en mi libreta de notas, hasta que se fue; mi cuerpo experimentaba cambios inusitados, como el sudar y ponerme muy frío, pero no importaba, cuando el diablo podría hacerme sentir algo más que eso. El profesor cañita tomo una mota la cual la sacudió muy fuerte al lado de la puerta de salida creando un ventarrón de polvo con la cual confundí con una nube blanca y marque la puerta entre infierno y el paraíso de la libertad, borro el pizarrón.
Así empezó mi primer día clase vacacional con el mismo diablo, sin que pudiera rezar un padre nuestro, sin preguntas a mis compañeros ni miradas que traspasaran más allá de la pizarra y mi cuaderno, aun cuando la puerta de la calle estaba abierta y el mirar a través de ello era soñar con la libertad, el mirar mas allá de lo prohibido se había convertido en una hazaña, pues su mirada era más que una advertencia para no hacerlo, por cierto que aun no había visto aquella tabla de madera agujerada la cual era signo de dolor, no deseaba conocerla particularmente pero si tenia curiosidad por saber si era tal como me la habían descrito. La primera hora paso inadvertida, ejercicios matemáticos de sumas y restas que seguía con total facilidad, y hasta había comenzado ya a sonreír, claro, que con toda la discreción posible. De pronto un fuerte golpe azuzado por mi acelerado corazón quebranto esa paz en ese salón infernal, era la tableta de madera agujerada que se presento en la forma menos deseada, esta era colisionada una y otra vez con la mesa por su mano derecha, estaba llamando la atención a alguien muy detrás de mi, pero que no me animaba a regresar a ver, y es allí donde comenzó el verdadero infierno.
Alguien había dejado caer su borrador.